Al arribo de Trujillo al poder en 1930, el país apenas disponía 526 escuelas: 400 de ellas eran escuelas primarias rudimentarias de tres cursos de nivel primario, orientadas a la formación de los niños y jóvenes campesinos; 68 escuelas primarias graduadas; 52 escuelas secundarias, comerciales o de oficios; 6 escuelas especiales para adultos analfabetos; y una universidad, la Universidad de Santo Domingo. La población escolar del país ascendía entonces a 50 mil 739 alumnos distribuidos así: 20 mil en escuelas primarias rudimentarias; 29 mil, 938 en escuelas primarias graduadas; mil 358 en escuelas secundarias y normalistas; 1310 en las escuelas especiales de adultos analfabetos; y 379 en la Universidad de Santo Domingo.
Para entonces, la población de la República Dominicana era estimada en 1 millón, 250 habitantes. Apenas un 4% de los dominicanos de edades comprendidas entre los 7 y 14 años asistía a la escuela y alrededor del 90% de más de 18 años de edad no sabía ni leer ni escribir.
La Universidad de Santo Domingo, a pesar de que preservaba las rancias tradiciones de las universidades dominicas, no era más que un reducto de varios centenares de jóvenes privilegiados que en poco o en nada contribuía al desarrollo del país.
En 1930, la instrucción pública de la República Dominicana se encontraba bastante degradada; la oferta de educación muy limitada; y muy escasas las oportunidades de educarse.
En los primeros dos años de la dictadura, la educación dominicana siguió los mismos lineamientos que le habían trazado los interventores. Las leyes que entonces regían en la materia eran las mismas que habían sido formuladas por Julio Ortega Frier en tiempos de la Intervención.
Fue a partir de 1932 cuando el gobierno de Trujillo comienza a legislar sobre la materia y a enrumbar por senderos distintos la educación de los dominicanos.
En febrero de 1931, Trujillo nombró a Max Henríquez Ureña como Superintendente General de Instrucción Pública.
En febrero de 1931, Max Henríquez Ureña le presentó al presidente Trujillo un informe sobre el estado en que se encontraba la instrucción pública del país en el que se basó la reforma de la educación que se ejecutó inmediatamente después. En ese importante documento titulado ¨ Bases para la Reorganización de Nuestro Sistema Educativo ¨ se enfocaban los problemas más acuciantes que aquejaban la escuela dominicana de esa época: planteles deteriorados; maestros sin títulos; falta de materiales didácticos; falta de supervisión; planes de enseñanza ya obsoletos; desorganización general y otros males por el estilo. Pero, Max Henríquez Ureña duró apenas unos meses en el cargo; fue sustituido por Osvaldo Báez Soler, quien a su vez fue sustituido por Pedro Henríquez Ureña.
Pedro Henríquez Ureña disponía de un reputado bagaje intelectual. Su obre literaria era conocida en toda América. Al parecer, la escuela dominicana quedaba en muy buenas manos. Al igual que su hermano Max, en los primeros meses de su gestión se dedicó a percatarse del estado en que se encontraba la instrucción pública del país y a pensar en las soluciones a los problemas que la afectaban. Pedro Henríquez Ureña en persona dictó cursos de capacitación para maestros en servicio; ordenó que los días sábados fueran incluidos como días laborables; revisó los planes de estudios de las escuelas normales; dispuso la creación de escuelas de artes y oficios; y a instancia suya se reabrió la Facultad Libre de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo. Pero, el reconocido hombre de letras no pudo echar a andar sus planes de reformas de la escuela dominicana. En junio de 1933, desalentado y envuelto en el silencio Pedro Henríquez Ureña se marchó del país para no regresar jamás. ¿Qué le ocurrió? ¿ Era que sus ideas no comulgaban con las del dictador? En realidad no hay un solo hecho concreto que mueva a pensar que Pedro Henríquez Ureña se marchara del país por desavenencias políticas con Trujillo; tampoco se conoce una sola actividad en el exterior del destacado intelectual en apoyo a la causa antitrujillista. Por lo que creemos que Pedro Henríquez Ureña se marchó del país al convencerse de que los medios materiales y los recursos humanos de que disponía no eran suficientes para realizar los planes de reformas de la educación que él mismo formulara.
Después de la salida del país de Pedro Henríquez Ureña, los planes de reforma de la instrucción publica continuaron.
El 31 de diciembre de 1934 quedó suprimida la Superintendencia General de Instrucción Pública y es creada la Secretaría de Estado de Educación Pública y Bellas Artes, siendo el poeta y folklorista Ramón Emilio Jiménez su primer titular. Durante la administración de don Ramón Emilio Jiménez la instrucción pública retomó el sentido de lo nacional que había perdido por efecto de la Intervención Militar de 1916. También, se “trujillizó” en grado extremo.
El centésimo vigésimo segundo aniversario del nacimiento de Juan Pablo Duarte fue celebrado el 26 de enero de 1935 con un gran acto realizado en el Parque Independencia de la ciudad de Santo Domingo. En ese acto patriótico, don Ramón Emilio Jiménez pronunció un emotivo discurso alusivo a la figura del Padre de la Patria. Asistieron al mismo los alumnos de las escuelas públicas y de los contados colegios que existían entonces, acompañados por sus profesores.
Pero, durante la gestión de Ramón Emilio Jiménez los intereses políticos de la dictadura irrumpieron en las aulas, convirtiéndose las escuelas en herramientas de adoctrinamiento trujillista.
La llamada “campaña del chele” lo empañó todo.
¿En qué consistió la puñetera campaña del chele?
En 1935, para la conmemoración del día de la escuela se llevó a cabo en todas los planteles públicos del país la llamada “campaña del chele” durante la cual todos los estudiantes del país tuvieron que aportar (voluntariamente por supuesto) un centavo con la finalidad de recabar fondos para obsequiarle, nada más y nada menos, que al hijo del dictador Ramfis Trujillo, que contaba entonces con apenas 5 años de edad, una medalla por sus supuestos méritos.
En el año de 1935, los locales de las escuelas primarias del país fueron utilizados en horarios nocturnos para la educación de adultos analfabetos.
Al final del primer quinquenio de la dictadura trujillista, el país disponía de 941 escuelas primarias graduadas y elementales (473 más que en 1930); 49 escuelas secundarias y de arte y oficio (2 menos que en 1930); la población escolar se elevó de 50 mil 739 estudiantes en 1930 a 113 mil, 317 estudiantes en 1935; de éstos últimos, 104 mil, 79 cursaban estudios en escuelas públicas, y sólo 9 mil 238 en colegios privados.
De acuerdo con los datos del censo de 1935, la República Dominicana tenía entonces, 1 millón, 479 mil, 417 habitantes y apenas unos 300 mil personas adultas alfabetizadas.
Por medio de circulares se exhortaba a inspectores de escuelas a, sin perjuicio de sus labores, difundir “la sabía política que para bienestar de los dominicanos llevaba a cabo el generalísimo Trujillo, primer maestro dominicano”. Fue durante la administración del vate Ramón Emilio Jiménez que mediante la Circular no. 13 se les ordenó a los directores de escuelas a que organizaran actos en los que se hablara de las razones supuestamente válidas para hacer el cambio de nombre de la ciudad capital de Santo Domingo a Ciudad Trujillo.
El 1 de abril de 1936, Trujillo nombró al licenciado Víctor Garrido como Secretario de Educación y Bellas Artes en sustitución de don Ramón Emilio Jiménez.
Tan pronto tomó posesión de su cargo, Víctor Garrido se propuso revisar los planes de estudios vigentes y a reunificarlo en un solo cuerpo ya que según él “eran tantos los planes de estudios puestos en vigor que resultaba tarea difícil, para los maestros, el desglosamiento de las materias en los respectivos cursos”.
El 8 de agosto de 1936 se aprobó un reglamento dirigido a organizar las oficinas de la Secretaría de Educación. Mediante el mismo esa Cartera quedó dividida en dos departamentos: Departamento de Educación y Departamento de Bellas Artes. El primero, a su vez quedó dividido en Servicios Administrativos y Servicios Docentes, cada uno de ellos con sus respectivas secciones.
Durante la gestión de Víctor Garrido al frente de la Cartera de Educación se crearon controles muy efectivos concernientes al uso de material gastable y al trabajo efectivo de los servidores de esa dependencia estatal.
Por medio de la Ordenanza no. 488 del año 1936 se estableció un programa definitivo para la Enseñanza Primaria Elemental dirigido a niños que hubieran cumplidos los seis años de edad; y por la Ordenanza 490 del mismo año, se dividió la Enseñanza Primaria Superior en dos años de estudios de carácter general.
Por sugerencia de don Federico Henríquez y Carvajal, el 17 de abril de 1937 se celebró un gran desfile escolar en conmemoración de los 50 aniversarios de la graduación en el Instituto Salomé Ureña de las seis primeras maestras normales. De las maestras homenajeadas participaron Mercedes Laura Aguiar; Ana Josefa Puello; y Altagracia Henríquez. Luisa Ozema Pellerano ya había muerto y Leonor Feltz no pudo asistir por quebrantos de salud. Como nota curiosa, en ese acto de recordación hostosiana estuvo presente, el Arzobispo de Santo Domingo Monseñor Nouel.
Mediante la Ordenanza Número 5, del año 1937 se reglamentó todo lo concerniente al otorgamiento y disfrute de becas. Y por medio de la Número 508 del mismo año se fijó el programa de estudios de la Enseñanza Secundaria. Ese programa contemplaba una sección de estudios secundarios comunes de tres años lectivos de duración y de 4 secciones especiales de un año cada una: Ciencias Físicas y Matemáticas; Ciencias Físicas y Naturales; Ciencias Pedagógicas y Filosofía y Letras.
Al principios del año 1937, por medio de la Ordenanza No. 514, se aprobó el Plan de Estudios de la enseñanza de Adultos en las escuelas nocturnas.
El 27 de enero del 1937 llegó al país la Misión Chilena integrada por los educadores Luis Galdames, César Bunster y Oscar Bustos. Es grupo de calificados pedagogos chilenos arribó al país no por gestiones que en ese sentido había realizado el secretario de Estado de Educación y Bellas Artes Víctor Garrido sino, como se decía entonces, “por las sabias iniciativas del generalísimo Trujillo”.
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