El 15 de marzo de 1924, estando el país intervenido por tropas de la infantería de marina de la Armada estadounidense, se celebraron elecciones resultando ganadores de las mismas los candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la Alianza Nacional Progresista, general Horacio Vásquez y don Federico Velásquez Hernández. La Asamblea Constituyente de mayoría horacista revisó la Constitución de 1908, y el nuevo texto fue proclamado oficialmente el 13 de junio de 1924. El período de seis años fue reducido a cuatro y de nuevo se reintrodujo la figura vicepresidencial. El 7 de julio de 1924, la Asamblea Nacional proclamó oficialmente electos al general Horacio Vásquez como Presidente Constitucional de la República y a don Federico Velásquez como vicepresidente. Cinco días después, ambos asumieron sus funciones, en momento justo en que las tropas interventoras yanquis abandonaban el país y la bandera dominicana de nuevo era enarbolada en todos los recintos militares.
Una reforma constitucional votada en 1927 dispuso la prolongación del periodo hasta el 1930 del presidente Horacio Vásquez, el vicepresidente, y los miembros de las Cámaras. Eso se hizo bajo el alegato falaz de que estos funcionarios habían resultado electos estando en vigor la Constitución de 1908 que consagraba el mandato presidencial de seis años, en vez de cuatro que dispuso la reforma constitucional de 1924.
El presidente Horacio Vásquez fue derrocado el 23 de febrero de 1930 por un llamado Movimiento Cívico encabezado por Rafael Estrella Ureña. Del presidente Horacio Vásquez pudo decirse que durante su gobierno el país disfrutó de libertades públicas; también, que fue desafortunada la manera como manejó los haberes públicos; y que en su administración hubo favoritismos, corrupción y derroche.
Rafael Estrella Ureña, previamente nombrado por el mismo Horacio Vásquez Secretario de Estado de Interior, ocupó la Presidencia Provisional hasta la expiración del periodo del mandatario derrocado.
En medio de un clima de terror que obligó a los candidatos Federico Velásquez y Ángel Morales de la opositora Alianza Nacional Progresista a retirarse de los comicios, fueron celebradas las elecciones que estaban previstas para el 16 de mayo de 1930, resultando ganadores Rafael Leonidas Trujillo Molina y Rafael Estrella Ureña candidatos a la Presidencia y a la Vicepresidencia de la República respectivamente por una llamada Confederación de Partidos.
El 16 de agosto de 1930, el general Rafael Leonidas Trujillo Molina se juramentó ante la Asamblea Nacional como Presidente Constitucional de la República, dando inicio a la dictadura más absolutista y prolongada de nuestra historia republicana. Durante más de treinta años, los dominicanos vivieron sometidos a la voluntad omnímoda del “perínclito soldado de San Cristóbal”.
En los primeros años de la dictadura, no fueron pocos los que vieron en el general Rafael Trujillo Molina la encarnación de un “hombre nuevo” y muchos calificaron el acontecimiento que provocó su ascenso al poder como “la más bella revolución de América”. El poder omnímodo de Trujillo estuvo fundamentado en la organización castrense que heredó de la Intervención Militar Norteamericana de 1916. A lo largo de la llamada “Era de Trujillo” las partidas presupuestarias destinadas a sostener las fuerzas armadas equivalieron siempre a más del 50 por ciento del Presupuesto Nacional. A pesar de que la vislumbró como una herramienta secundaria de su poder omnímodo, el dictador no descuidó la educación de sus conciudadanos.
Una de las primeras disposiciones de Trujillo a su llegada al poder en 1930 fue ordenar la preparación de un plan de reformas de la educación en procura de que la escuela dominicana evolucionara hacia modalidades más amplias y sistemas más acordes con el espíritu científico y la tendencia experimental de las prácticas pedagógicas modernas. Después del fracaso de Pedro Henríquez Ureña al frente de la Superintendencia General de Instrucción Pública, Trujillo continuó incorporando a esa dependencia gubernamental educadores extranjeros, acreditados por su larga experiencia y conocimientos en la materia, tales como Fernando Sainz, Carlos Larrazábal Blanco, Guilma de Castro, Antonio Martínez Surroca, José de Alameida y otros.
Si observamos el proceso seguido por la instrucción pública durante los primeros diez años de la dictadura, podríamos advertir las transformaciones que fueron sucediéndose. A la enseñanza teórica y memorista le siguió una de carácter empírico más cercanas a los postulados hostosianos que a la enseñanza confesional que heredamos de los conquistadores. Desde 1935 hasta el final de la dictadura trujillista, la secretaría de Educación publicaba, bajo la dirección del profesor Aquiles Nimer, teniendo como jefe de redacción al poeta Juan Bautista Lamarche, la revista Educación de alto contenido científico pedagógico.
Esa reforma de la escuela dominicana de profunda trascendencia para la sociedad pudo llevarse a cabo gracias al trabajo tesonero de educadores de la talla de Ramón Emilio Jiménez, Víctor Garrido, Virgilio Díaz Ordóñez, Juan Bautista Lamarche, Aliro Paulino y otros; también, a la ayuda prestado por educadores y técnicos venidos del extranjero, aunque en los anales trujillistas figure que todo se debió “al genio, renovador y dinámico, del insigne estadista, a quien, en acto justiciero de reconocimiento, se le ha designado con el título de Primer Maestro de la República, el Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina, auténtico, creador de la Nueva Escuela Dominicana”.
Nuestros juicios en torno a la educación en los tiempos de la dictadura trujillista estarán basados en mis propias experiencias (nacimos y nos educamos durante la llamada Era de Trujillo), en libros y en documentos publicados aquí durante los años de la dictadura. Haremos esfuerzos para evitar que la pasión política se interponga en nuestros juicios; también, nos disponemos a separar “la paja del trigo” es decir, a guardar distancia entre los progresos reales de la educación en tiempos de Trujillo y la propaganda política interesada a favor o en contra de la dictadura.
¿Cómo estaba organizada la instrucción pública en tiempos de Trujillo y cuáles eran sus propósitos, sus fortalezas, sus debilidades? ¿Era la mayoría que resultaba beneficiada, o, por el contrario, sólo una minoría privilegiada resultaba favorecido por un sistema de instrucción pública pretendidamente situado a la altura de los métodos de educación de los países más adelantados de la América española?
Dentro de las fortalezas del sistema de instrucción pública en tiempos de Trujillo cabe mencionarse el orden y la disciplina que primaba en todas las escuelas públicas; el sentido de responsabilidad de los maestros y, en correspondencia con ese atributo, el respeto que los alumnos les guardaban. En tiempos de la dictadura, las clases se abrían el 15 de septiembre para los alumnos de escuelas primarias e intermedias; y el 2 de octubre para las escuelas secundarias y vocacionales. Para todos, las vacaciones navideñas se iniciaban los 23 de diciembre (Día del Niño) y finalizaban 6 de enero (día de los Santos Reyes) Las vacaciones de verano se iniciaban para todos el 30 de junio (Día del Maestro)
Sólo una vez en treinta años de dictadura la apertura del año escolar se pospuso. Ello ocurrió en 1946 debido a una epidemia de piojos. En ese año, las clases se iniciaron a mediados de octubre en vez de septiembre.
En tiempos de Trujillo, la bandera dominicana era izada en todas las escuelas del país a las ocho horas de la mañana. A esa hora, los estudiantes en correcta formación entonaban las notas gloriosas de nuestro Himno Nacional. Los horarios de clase se agotaban tal y como previamente estaban programados ¿ Huelga de maestros en tiempos de Trujillo? Jamás Las labores de asesoría general; inspección técnica; atención especial a las escuelas rurales; organización del ropero y desayuno escolar; y asistencia médica escolar y otras labores se llevaban a cabo con esmero y prontitud.
Las escuelas públicas en tiempos de Trujillo eran supervisadas periódicamente de manera tal que un director de distrito estaba enterado día a día de lo que se hacía o dejaba de hacerse en cada una de las escuelas de su demarcación. En un grado mayor que el de hoy, la escuela dominicana en tiempos de Trujillo era mayoritariamente pública. Eran pocos los colegios privados que entonces existían. En la ciudad capital funcionaban, entre otros, los colegios Dominicano de la Salle, Luis Muñoz Rivera; Santo Tomás; Colegio Santa Teresita; Colegio La Milagrosa; y el Colegio Don Bosco; en Santiago de los Caballeros, la Academia de Santiago; Nuestra Señora del Carmen; Instituto Evangélico; Academia Santa Ana y el Colegio del Corazón de Jesús; en San Pedro de Macorís, el Colegio Trinidad Sánchez y la Academia Antillana Hostos.
Todos esos planteles escolares de carácter privado tenían de común que su matrícula no era grande: 200, 300 ó 400 alumnos a lo sumo en cada uno de ellos; y que la calidad de la enseñanza que se ofrecían en esos colegios no era superior a la de las escuelas públicas. Al inicio de la llamada Era de Trujillo, hablamos de agosto de 1930, el país apenas disponía de 526 escuelas: 400 de ellas eran escuelas primarias rurales; 68 escuelas primarias graduadas; 52 escuelas secundarias, comerciales o de oficios; 6 escuelas especiales para adultos analfabetos; y una universidad, la Universidad de Santo Domingo.
La población escolar del país ascendía entonces a 50 mil 739 alumnos distribuidos así: 20 mil en escuelas primarias rudimentarias; 15 mil, 754 en escuelas primarias graduadas; mil 358 en escuelas secundarias y normalistas; 1310 en las escuelas especiales de adultos analfabetos; y 379 en la Universidad de Santo Domingo. Echémosle una mirada a esas cifras, tomando en cuenta que la República Dominicana tenía entonces alrededor 1 millón 250 mil habitantes. Cuando Trujillo llegó al poder en 1930, apenas un 4% de los dominicanos asistía a la escuela, es decir, la cobertura era bajísima. El analfabetismo en la población de adultos llegaba al 90% y apenas existían en todo el país seis escuelas para adultos iletrados. 400 escuelas rurales no eran suficientes para atender a los niños de los campos que en número eran mucho más que los que vivían en las ciudades. El país tenía más generales que maestros. ¿Y qué decir de la vieja Universidad de Santo Domingo con apenas 358 estudiantes? Que era un reducto de privilegiados; que era una institución que preservaba los rasgos y los atributos de la Universidad Colonial; y que en poco o en nada contribuía al desarrollo de la nación dominicana.
A la llegada de Trujillo al poder, el sistema de instrucción pública de la República Dominicana se encontraba bastante degradado; y a la luz de los datos ofrecidos, podríamos afirmar, exagerando un poco la nota, que aquí no había escuelas. En febrero de 1931, Trujillo nombró a Max Henríquez Ureña como Superintendente General de Instrucción Pública. En febrero de 1931, Max Henríquez Ureña formuló un diagnóstico del estado en que se encontraba la instrucción pública del país que sirvió de base a las transformaciones que vinieron después. En ese importante documento titulado “Bases para la Reorganización de Nuestro Sistema Educativo” se enfocaba los problemas más acuciantes que aquejaban la escuela dominicana de esa época: planteles deteriorados; maestros sin títulos; falta de materiales didácticos; falta de supervisión; planes de enseñanza ya obsoletos; desorganización general y otros males por el estilo.
Como fiel seguidor de las ideas hostosianas, Maz Henríquez Ureña desde su llegada al cargo comenzó a observar con cierta preocupación el estado de desorganización imperante en las pocas escuelas de formación docente que entonces existían. Max Henríquez Ureña duró apenas unos meses en el cargo; fue sustituido por Osvaldo Báez Soler, quien a su vez fue sustituido por Pedro Henríquez Ureña.
Pedro Henríquez Ureña disponía de un reputado bagaje intelectual. Su obre literaria era conocida en toda América. Al parecer, la escuela dominicana quedaba en muy buenas manos. Pero, el ambiente de la dictadura no era su ambiente; tuvo que irse dejando inconclusa su obra de reforma de la instrucción pública al año de haber llegado después de permanecer casi dos décadas fuera del país.
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